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miércoles, 10 de junio de 2020

DOS EXTRAÑAS

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Dos Extrañas.

Eran dos extrañas, dos perfectas desconocidas, pero el destino jugaba con ellas sin piedad.
Un día, una de ellas se despertó con una rara sensación, algo le impedía salir al mundo. Esos lugares que antes había recorrido con facilidad, ahora, le resultaban extraños. «¿Había sido la secuela de una enfermedad?» se preguntó a sí misma.
Los días pasaron, consultó a su médico de cabecera, que sólo le dijo que podía ser el resultado del fin del tratamiento, pero no le dio más importancia al tema. Pero ella seguía sintiéndose mal. Allí comenzó el camino del desencuentro con ella misma.
La vida se le tornó más complicada, ya que los que la habían conocido no creían que esto le estaba sucediendo, y le dieron casi la misma importancia que el médico. Ni siquiera los años de terapia llegaron a darle una pista de la causa invisible que la llevó a ese tormento.
En otro tiempo y el mismo espacio alguien recordaba los años felices, los años de los viajes junto a sus padres y familia. Los rincones que conoció, eran ahora esfumadas acuarelas que evocaban su memoria. Nada más sencillo que preparar maletas sabiendo que iba a disfrutar de unas vacaciones. Unas vacaciones a su manera, porque, aunque iba a la playa, su mayor felicidad era tener libros que leer.
La playa, ese lugar tan lleno de gente, tan impersonal, ella lo hacía personal haciendo caso omiso a lo que hacía el común de la gente. Y fue feliz, aunque no la entendieran, ¿tan difícil es ser uno misma?
Para ella viajar era conocer, era registrar momentos en fotos, buscar historias del lugar, retenerlas en su memoria hasta en este presente y ver el paisaje con la naturaleza tan bella y tan distinta de una punta a la otra. ¿Acaso eso no es también disfrutar un viaje?
Dos personas que no se conocían, un universo paralelo que vivían en su mente. ¿Quién imaginaba a quién? ¿Quién había conocido a quién?
La chica feliz estudió, le gustaba mucho estudiar, leer, amaba los libros, la independencia de los gatos. Nunca dejó de tener un gato en su vida. Ella se sentía más acompañada por los misteriosos felinos.
No le faltaron amigos en la infancia, ni juegos en la calle, ni largas noches de verano juntos en la vereda con juegos, risas, música y miles de historias que contar.
Mientras tanto, la otra sufría, sí, aunque no le creyeran, sufría. ¿Quién quiere depender de otro para no sentir soledad? Los años pasaron con vaivenes, no fueron tan malos, pero jamás fueron los que quiso vivir, ni como los quiso vivir. Tal vez porque había otros en peores condiciones que ella, prefirió callar, seguir en silencio el martirio de no sentirse plena y oír tantas veces las humillantes palabras con que la herían. Se sentía en silla de ruedas, pero obligada a caminar…
Un viejo secreto cobró luz un día, de esos que nadie nunca hablaba pero que todos sabían.
Un secreto que tejía la historia de las dos chicas. Un punto en común perdido en la memoria de muchos. Tal vez más que nada en la memoria de quien les dio vida, quien alimentó a las dos lobas desde su vientre. ¿Acaso les dio vida a las dos o se parecían mucho?
Porque a pesar de las diferentes historias de vida había cosas que las unía, aunque, parecían no conocerse. Se podía decir que había muchas sensaciones inexplicables en común.
Otra vez volvemos al medio camino, a la verdad a media, a la media vida de ambas. Y si bien nunca se cruzaron ambas se intuían. La alegría de una repercutía en el temperamento de la otra, casi diría que la revivía y la tristeza de la otra oscurecía los buenos momentos de la primera.
Se desconocían, dos yuxtaposiciones divergentes, dos personalidades diferentes que extrañamente convivían sin saberlo.
¿Eran dos personas o era una sola? ¿Se puede vivir dos vidas en una? ¿Se puede ser y no ser lo que se fue? ¿En qué instante el pasado pareció otra vida, otra persona y otra realidad?
Un día, se armó de valor, y se miró al espejo. Después de varios años, al fin, pudo reconocerse a sí misma en el espejo.
No eran dos, siempre fueron una sola.
Las dos extrañas, una frente a otra y al fin, pudieron mirarse a los ojos, y reconocerse en la mirada de la otra.
El espejo reflejó sus dos yo y aunque le costaba ver la cara feliz de otros años nunca su corazón dejó de recordarle que la vida se puede disfrutar, que ella ya lo había hecho. Sí, definitivamente había sido ella la de los viajes, la de la playa, la curiosa de los lugares extraños, la que cruzó en Brasil sola un monte de selva y ahora se ahogaba en una habitación si estaba sola.
¿Cómo recuperar a esa persona que aún late en uno mismo con la única complicidad de sí misma que ahora sabía ya no eran dos extrañas? ¿Quién salvará a quién?
Marcela Barrientos 07/05/2020 ©
Derechos de Autora Reservados
Argentina



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