Fui una beba recién nacida a la que no le dieron nombre, a la que mi madre dejó en el hospital y quien sabe quien fue mi padre.
Pero existen ángeles terrenales a los que sí les importó mi vida aún sin conocerme y vivir a más de mil kilómetros de distancia.
Pude decir mamá y papá, porque no se necesita ser de la misma sangre para ser una familia y menos aún dos seres maravillosos que formaron la mujer que soy hoy, con mis defectos y virtudes.
Agradecida eternamente por el sí instantáneo ante la noticia que una beba, como tantas otras había sido abandonada al nacer y la necesidad frustrada de un vientre que no podía concebir y de un padre que quería una hija.
Hoy a muchos años de mi llegada, llevo con orgullo el nombre y apellido que me dieron como padres.Y es que nacer del corazón tiene la ventaja de nacer desde el sentimiento más puro que existe.
Siendo madre, cuesta entender que se pueda dejar un hijo que se acunó nueve meses en el vientre, pero tal vez fue la única opción de darme la oportunidad de vivir sin llegar al extremo de un aborto.
Marcela Barrientos 06/04/2018 Copyright
D.R.A.
Argentina
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