Confieso haber comenzado este poema en vida de mi madre, cuando recorría a diario las calles de mi barrio, no existía la cuarentena que hoy vivimos, pero si notaba una cuarentena social.
Pocas ganas de interactuar como vecinos, tal vez por eso no noto diferencia entre esta situación y la de unos escasos meses atrás.
Recorro las calles y recorro mi vida,
¡qué triste verlo sin nada de vida!
No me mudé de barrio, se mudaron los valores
¡qué extraño se ve todo en este triste escenario!
¿Dónde están los años de vecinos sonrientes?
¿Dónde la confianza que teníamos unos a otros?
Tal vez porque es otoño, o porque el destino
me ha llevado a recorrerla varias veces al día
siento nostalgia de los días de veredas vivas,
con vecinos charlando y negocios abiertos.
No importa a la hora que sea, ni el día tampoco,
desde que mi trayectoria se convirtió en rutina
en andar y desandar el camino que antes era vivaz,
mi rostro se ha contagiado de la misma tristeza,
de ese color gris pocas veces alterado, un desierto urbano.
Recorro las calles y recorro mi vida,
¡qué triste verlo sin nada de vida!
No me mudé de barrio, se mudaron los valores.
No hay niños felices, no hay abuelos, no hay vecinos.
El miedo se adueñó de la gente, ya de todo dudamos.
Las pocas personas que se ven son como zombies,
con sus auriculares, con sus rostros de no ver a nadie.
¡Qué triste, nos escondemos para pasar desapercibidos!
Marcela Barrientos 11/05/2020 ©®
Derechos de Autora Reservados
Argentina
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