Título: Cintia y los Aros de la Verdad
Cintia había heredado muchas cosas de su tía abuela Juana, pero nada se comparaba con los aros de pluma de pavo real que le había regalado en su último cumpleaños. Juana siempre decía que esos aros habían pertenecido a una vieja bruja del pueblo, una tal Doña Eulalia, conocida por hacer travesuras y lanzar hechizos en los días de luna llena. “Ten cuidado con ellos”, advertía Juana, “pues tienen el poder de mostrarte lo que otros no pueden ver”.
Intrigada y con un aire de desafío, Cintia decidió ponérselos ese viernes por la tarde antes de salir a pasear. A medida que se adornaba frente al espejo, los brillantes colores de las plumas la hipnotizaban. Sin embargo, al salir a la calle, la atmósfera parecía diferente: un ligero escalofrío recorría su espalda. “Sólo son los aros”, pensó, intentando convencerse.
Mientras caminaba por el vecindario, notó algo raro en la casa de la esquina, cuyo jardín siempre estaba descuidado. Las plantas parecían susurrar entre sí, y, en el umbral de la puerta, visible solo para ella, se asomaba una figura encapuchada. Cintia parpadeó, creyendo que sus ojos la engañaban, pero la figura seguía ahí, quieta como una estatua.
“¿Hola?”, preguntó Cintia, sintiéndose risiblemente nerviosa. Pero la figura no respondía. En cambio, gesticuló con una mano, invitándola a acercarse.
Con una mezcla de curiosidad y miedo, Cintia se acercó. Al llegar a la puerta, la figura se reveló como una anciana que parecía tan frágil como un hilo de seda. “¿Has venido a buscar el tesoro?”, preguntó la mujer con una voz llena de misterio.
Cintia dudó. “¿Qué tesoro?”
La anciana sonrió, mostrando unos dientes amarillos, “Los aros que llevas son más poderosos de lo que piensas. Esta es una noche ideal para descubrir su magia”.
La curiosidad superó su temor. “¿Qué debo hacer?”
“Solo sigue mis instrucciones”, dijo la anciana, y Cintia se encontró a sí misma dentro de la casa, donde las sombras danzaban en las paredes y un leve aroma a especias flotaba en el aire. La anciana le indicó que se sentara en un viejo sillón cubierto de polvo y que cerrara los ojos. “Ahora, piensa en algo que te gustaría conocer”.
Cintia cerró los ojos con fuerza, preguntándose si la historia de Doña Eulalia era cierta. En ese momento, las plumas brillaron intensamente, y cuando Cintia abrió los ojos, se encontró en un lugar completamente diferente. Rápidamente comprendió que estaba en un claro del bosque, rodeada de criaturas extrañas: una ardilla con gafas, un búho con un sombrero de copa y un conejo que parecía un diminuto experto en artes marciales.
“¡Bienvenida! Nos has traído algo de emoción”, exclamó el búho, volando sobre su cabeza. “Es hora de una aventura”.
Cintia, entre el suspenso y la hilaridad, comenzó a seguir a estos nuevos amigos. La ardilla le explicó que cada vez que usaba los aros, la magia la llevaba a lugares insólitos donde debía resolver acertijos. “Pero ten cuidado, porque no todo es lo que parece”, advirtió el conejo.
Mientras exploraban, descubrieron una cueva oscura que prometía tener un tesoro escondido. Sin embargo, la entrada estaba custodiada por un troll que, aunque feo, tenía una risa contagiosa. “Solo puedo dejar pasar a quien me haga reír”, dijo el troll con una sonrisa burlona.
Cintia, nerviosa, comenzó a contar chistes tontos que había oído de su tía Juana. “¿Por qué el pájaro no usa Facebook? ¡Porque ya tiene Twitter!” El troll soltó una carcajada. “¡Eso fue terrible, pero te dejo pasar! Me divertiste”.
Una vez dentro de la cueva, se encontraron con un impresionante espectáculo: un enorme cofre dorado rodeado de luces brillantes que danzaban como si estuvieran vivas. Cintia no podía creer lo que veía. “¡El tesoro de Doña Eulalia!”, exclamó en voz alta. Pero antes de que pudiera acercarse, una sombra se alzó ante ellos: era un dragón diminuto, más parecido a un lagarto gigante que a un feroz reptil, pero ¡vaya que tenía carácter!
“¿Quiénes osan entrar en mi cueva?”, preguntó el dragón, su voz sonando como el crujido de hojas secas. “Si deseáis el tesoro, debéis responder a mi acertijo”. Cintia se sintió emocionada y aterrada a la vez, pero estaba lista para enfrentar el desafío.
“¡Adelante!”, dijo con determinación, mientras sus amigos la animaban desde atrás.
“Soy ligero como una pluma, másaún, así puedo ser pesado como una montaña. Te hago reír, te hago llorar, y aunque me busques, nunca me podrás tocar. ¿Qué soy?” El dragón miraba a Cintia con curiosidad, como si ella tuviera la respuesta clave.
Cintia se quedó pensando. La ardilla hizo gestos nerviosos, el búho observaba atentamente, y el conejo saltaba de un lado a otro, claramente ansioso. Finalmente, una idea brillante cruzó por su mente. “¡Es una emoción!”, gritó Cintia, llena de confianza. “La risa y la tristeza son emociones, ¡y no se pueden tocar!”.
El dragón pareció sorprendido, y tras unos momentos de silencio, dejó escapar una risita suave. “Muy bien, pequeña aventurera, has ganado”, dijo finalmente. “Pueden llevarse el tesoro, pero recuerda, no es el oro ni las joyas lo que verdaderamente importa, sino lo que llevas en tu corazón”.
Cintia y sus amigos se acercaron al cofre, el cual se abrió con un suave clic. Dentro, en lugar de piedras preciosas, encontraron un bello libro antiguo titulado “Las Aventuras de la Risa y la Magia”. “Es un libro de cuentos y secretos, ¡además de muchos acertijos que debes resolver!”, anunció el dragón, guiñándole un ojo.
Regresaron al mundo real con el libro en las manos y un sinfín de historias por descubrir. Cintia se dio cuenta de que los aros de pluma no solo le habían mostrado lo que otros no podían ver, sino que también le habían enseñado a valorar la bondad, la risa y la valentía que llevaba dentro.
Al salir de la casa de la anciana, la noche se sentía diferente, llena de posibilidades. Cintia trató de recordar cada instante, desde las criaturas mágicas hasta el dragón, y decidió que, aunque había tenido miedo, también había disfrutado de una aventura como ninguna otra.
A partir de entonces, cada vez que llevaba los aros, no solo se preparaba para descubrir secretos, sino también para compartir risas y disfrutar de las locuras que la vida le podía ofrecer. Y todo gracias a su tía abuela Juana, los aros de pavo real, y un toque de magia en su corazón.
Marcela Barrientos 09-03-2025
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Argentina