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| El primer edificio se levantó a fines del siglo XIX, para luego dar paso a uno nuevo. Este último fue demolido en 2001 |
Aquí, donde hoy sólo queda una sombra difusa de lo que fue, se alzaba el Mercado Piso. Era un edificio de paredes ásperas y letreros pintados a mano. Un corazón de concreto que latía con las voces de los vendedores, los gritos de ofertas y el crujido de las bolsas de papel. Recuerdo el aroma que se mezclaba en el aire: especias regionales como el comino y el pimentón, carne fresca, yuyos curativos que las abuelas juraban milagrosos, pescados recién traídos del río. Todo estaba ahí, revuelto, vivo.
Mi tía me llevaba de la mano. Tenía su puesto favorito de almidón de mandioca y otro donde compraba naranjas con el jugo perfecto. Un día, me regalaron una ramita de ruda para espantar "malas energías". Me la guardé en el bolsillo como un tesoro. Ese mercado era una orquesta de lo cotidiano. Hoy ya no existe, pero si cierro los ojos, todavía puedo escucharlo.
Caminando unas cuadras hacia el río, hacemos una pausa en la Plaza Libertad. Este espacio, que alguna vez fue parte del área del viejo mercado, hoy es un remanso en medio del tránsito del centro. En el centro de la plaza se alza una fuente majestuosa, con chorros de agua que bailan hacia el cielo. Las esculturas de la Libertad, la República y el escudo de Corrientes nos miran con solemnidad. Me gusta sentarme en sus bancos bajo la sombra de los árboles antiguos, donde los sonidos de la ciudad se diluyen un poco. Aquí me he detenido muchas veces: a leer, a pensar, a mirar simplemente cómo cae la tarde sobre el mármol y el pasto. La plaza tiene esa forma tranquila de abrazar los pensamientos sin hacer preguntas.
Empezamos a caminar por las calles del centro, dejando atrás el bullicio del comercio. Junín, La Rioja, Salta… cada calle tiene sus propios secretos. En algunas veredas los árboles todavía custodian historias viejas, como la vez que corrí bajo una lluvia de verano con las zapatillas empapadas, riéndome sola, sintiendo que el mundo era todo mío por un instante. Pasamos frente a esa heladería donde probé por primera vez el gusto de dulce de leche granizado. Ese día supe cuál era mi favorito. Fue un descubrimiento pequeño, pero revelador. Las casas cambian, los negocios cierran, otros abren. Pero algunos balcones siguen iguales, con plantas colgando que parecen saludar a los que pasan. La ciudad también tiene su memoria.
Y de pronto, tras unas cuadras más, el aire cambia. Se abre la ciudad. Aparece el Río Paraná, inmenso, respirando en silencio. La Costanera es otra cosa. Aquí no se escucha el pregón del mercado, sino el sonido del viento jugando con las hojas, las bicicletas que pasan, los pasos lentos de los que caminan por la rambla. En este lugar encontré consuelo muchas veces. Aquí vine cuando me sentí perdida, y el río, siempre firme, me recordaba que todo fluye, que nada se detiene. Que el agua sigue. Y allá, a lo lejos, se asoma el Puente General Belgrano. Es como un gigante que abraza la ciudad, conectando orillas, como conectamos momentos en este recorrido.
Gracias por acompañarme. Este paseo fue más que un trayecto urbano; fue una caminata por los pliegues de mi memoria. Y aunque el Mercado Piso ya no está, y muchas cosas cambiaron, hay huellas que permanecen. La ciudad también tiene corazón. Y cada paso deja una marca.
Marcela Barrientos 30-04-2025
Derechos de autora reservados
Argentina
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| IMAGEN AÉREA DE LA PLAZA LIBERTAD |


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