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martes, 21 de noviembre de 2023

DESOLACIÓN

 



Es el mediodía la hora en que salen los chicos de la escuela, un aire de desolación arde en la esquina donde otrora pasaban un pequeño ejército de guardapolvos blancos, madres y a veces hasta justo pasaba un colectivo y varias personas descendían.

Me angustia, sí es eso lo que siento, ya no reconozco mi propia cuadra. Los negocios cerraron, el consultorio del médico del barrio se convirtió en una casa que ahora está en venta.

Si bien muchos vecinos ya no viven, aún quedan unos tantos que sí aunque parecemos extraños ahora. No sé si fue el efecto de la pandemia o el estar centrados cada uno en su yo personal pero ahora ligeramente murmuramos un hola o chau casi sin levantar la cabeza y muchos con el celular en la mano como que toda nuestra vida ahora se concentra en un aparato móvil.

Vuelvo a la esquina donde supo funcionar un almacén y donde los chismes pasaban más veloces que las personas. Enfrente está la parada del colectivo que nos lleva al centro comercial y tampoco hay escolares que vayan a tomarlo. Raro, es la hora del recambio, unos regresan y otros deben entrar para el turno tarde.

Pasan algunos autos, más rápido desde que se asfaltaron todas las calles, casi nadie conocido ya que no saludan o tocan bocina, costumbre que se tenía en aquellos tiempos donde todos nos conocíamos.

Un desierto urbano, solo se oyen algunos perros y andan algunos gatos. Son los únicos habitantes que se atreven a transitar las veredas. Me inclino a tocarlos, son tres, hay dos ariscos pero uno se cerca y me pasa su cola entre mis piernas.

-Hola, eres muy bonito- le dije.

-Miau- me respondió asintiendo con seguridad.

Me miró con esos ojos tan misteriosos y bellos de color amarillo. Claro ya sabemos que los gatos son muy altaneros  y tienen una personalidad que se creen seres ligados a la divinidad. Bueno al menos me siento acompañada por los felinos, en especial el que aún está junto a mis pies. 

Siento el ruido típico de un colectivo, debe estar cerca, viene desde el centro. Tal vez baje alguien conocido y reciba un saludo humano. Voy a esperar el milagro. Nadie baja, dobla la esquina y sigue de largo. Yo lo veo alejarse hasta la próxima esquina donde dobla nuevamente.

¿Dónde están los vecinos con los que crecí, por qué ya no hay niños que pasen por aquí, cuándo nos convertimos en extraños y el vacío se adueñó de la esquina? En mi mente se repiten esas preguntas sin respuestas.

Me entristece y regreso a mi casa. Tampoco puedo arriesgarme a quedarme sola si alguien me robara ni testigos tendría. El miedo se instaló en nuestras vidas, la inseguridad nos arrinconó y nos encerró en nuestras casas.

Comienzo a caminar mientras suspiro y miro el cielo, las nubes amenazan con lluvia, el viento frío trae el olor a tierra mojada. Voy abandonando la esquina silenciosa y el gatito simpático me acompaña un buen trecho luego se queda. Giro mi cabeza y lo observo volver a la esquina inhóspita a reunirse con sus compañeros. él también gira su cabecita y me mira. Creo que entendió mi desolación.

Marcela Barrientos 11-09-2023

Derechos de autora reservados

Argentina

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