Título: El otoño dorado, una celebración de la edad madura.
Autora: Marcela Barrientos.
Al llegar marzo, los árboles se vestían con una paleta de dorados, ocres y rojos, como si la naturaleza celebrara una despedida al verano. Entre las hojas que caían, llenando de un suave crujido el suelo, Clara paseaba, sintiendo la frescura del viento en su rostro. Para ella, el otoño era una metáfora de su vida en esta edad dorada, una celebración de los más de cincuenta años acumulados en su andar.
Cada hoja que descendía representaba un recuerdo, un momento vivido, una lección aprendida. Aunque solía mirar atrás con nostalgia, hoy entendía que la caída de las hojas no significaba un final, sino más bien un nuevo comienzo. La descomposición de las hojas alimentaba la tierra, preparándola para el renacer de la primavera. Así también, ella sentía que los años pasados habían fertilizado su alma, permitiéndole cultivar una sabiduría que solo el tiempo puede otorgar.
En ese paisaje otoñal, encontraba una belleza serena. La luz dorada del sol se filtraba entre las ramas, iluminando su camino y recordándole que, aunque el tiempo hubiese dejado sus marcas, cada línea en su rostro contaba una historia de fortaleza y resiliencia. El dorado, símbolo de belleza, éxito y nobleza, le recordaba que, a pesar del paso de los años, seguía brillando con la fuerza que la experiencia le había otorgado. Ahora veía el paso del tiempo no como una carga, sino como un regalo. En esta etapa dorada de su vida, podía ser auténticamente ella misma, brillando con su propia luz, sin disculpas.
Sin embargo, Clara también sabía que el color dorado podía llevar consigo una cara menos amable. Como el oro que deslumbra, había momentos en que se sentía atrapada por la arrogancia de los logros pasados o por la tentación de compararse con los demás, cayendo en una trampa de vanidad y nostalgia. En ocasiones, el éxito y el reconocimiento de los años anteriores le resultaban inalcanzables, una especie de ostentación que, a veces, la hacía preguntarse si todo había sido suficiente.
Mientras recogía algunas hojas secas del suelo, pensó en lo maravilloso que era poder mirar al futuro con anhelo, no con temor. ¿Quién dijo que la vida se desvanecía con los años? Al contrario, el oro de esas hojas, como el de su vida, simbolizaba la riqueza de la experiencia. Con cada desafío superado y cada alegría compartida, había formado una capa dorada a su alrededor, una luz que la hacía resplandecer. Pero también entendía que esa luz, si no se equilibraba con humildad, podía caer en el deslumbramiento, impidiéndole ver con claridad los aspectos sencillos y esenciales de la vida.
Se detuvo a contemplar el paisaje. El parque se llenaba de risas de niños, el aroma de castañas asadas flotaba en el aire, y los árboles danzaban al ritmo del viento. Cada instante era un recordatorio de las posibilidades por venir. En su mente, el otoño se entrelazaba con la certeza de que aún había sueños por realizar. La vida le ofrecía colores vibrantes y oportunidades escondidas en cada rincón de su ser.
El viento sopló con fuerza y Clara cerró los ojos, sintiendo la brisa fresca en su piel. Era como si el universo la abrazara y le susurrara: “Este es tu momento”. Con una sonrisa en los labios, decidió que, al igual que las hojas doradas que adornaban el suelo, no se dejaría vencer por el tiempo. Se aventuraría como el ciclo de las estaciones, siempre dispuesta a florecer de nuevo en cada etapa de su vida.
Disfrutaba de la sabiduría acumulada a lo largo de los años, una sabiduría que le permitía afrontar los desafíos con claridad y equilibrio. Ahora observaba el mundo con una mirada crítica, pero comprensiva. El conocimiento le abría puertas a nuevas oportunidades y la motivaba a compartir sus aprendizajes con generaciones más jóvenes. Cada encuentro y conversación enriquecían su vida de maneras inesperadas.
Además, se encontraba en una etapa de autoexploración. Dedicaba tiempo a sus pasiones, ya fuera a través del arte, la escritura o la naturaleza, lo que le permitía mantener una conexión profunda consigo misma y con el mundo que la rodeaba. Cada día era una nueva oportunidad para seguir aprendiendo, adaptándose y contribuyendo con su experiencia a la vida de otros.
En su otoño dorado, Clara se prometió celebrar cada día con gratitud, reconociendo que la verdadera magia de vivir no reside en la juventud, sino en la plenitud de los años vividos, en el brillo inevitable que proviene de aceptarse y amarse en todas sus facetas. En esta edad dorada, abrazaba la complejidad de la vida con entusiasmo, siendo un puente entre el pasado y el futuro, aprendiendo constantemente y guiando a aquellos que buscaban su propio camino.
18-09-2024
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Argentina















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