Pensar en francés
Bajo el cielo gris de París pensaba la historia,
con pluma aguda y verbo en llamas,
la filosofía abría sus alas
en cafés, bulevares y almas.
Descartes, en su frío gabinete,
dudaba del mundo, del cuerpo, del sol,
pero no de su mente que arde y promete:
Cogito, ergo sum, luz sin control.
Rousseau, amante del bosque y del niño,
gritó contra el yugo del falso contrato.
“El hombre es libre, pero nace encadenado”,
y en su pecho latía un sueño sencillo.
Voltaire, con ironía fina y filo,
desafiaba a reyes, clérigos y dioses,
su pluma era trueno, sin temple ni hilos,
“Cultivemos el jardín”, entre todas las voces.
Sartre, fumando la existencia absurda,
negó que fuéramos esencia sin hacer.
“El hombre está condenado a ser libre”, murmura,
y cada elección, un nuevo amanecer.
Simone de Beauvoir, en voz firme y clara,
dijo que mujer no se nace, se llega a ser.
Con su lucha tejió la razón que dispara
el grito de muchas que aprendieron a ver.
Foucault, entre cárceles, saber y poder,
hizo del cuerpo un mapa, del discurso prisión.
“La norma vigila”, decía con sed,
y el saber se disfraza de buena intención.
Camus, entre la peste y el sol argelino,
abrazó lo absurdo, sin dios ni consuelo,
pero encontró sentido en el destino:
el hombre rebelde, de pie frente al cielo.
Y así, Francia piensa con todos sus siglos,
entre vino, insomnio, rebelión y papel.
Los filósofos siguen entre sus vestigios,
haciendo preguntas... en francés y con miel.
Marcela Barrientos 25-07-2025
Derechos de autora reservados
Argentina



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