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miércoles, 22 de octubre de 2025

SUEÑO INFINITO

 



No sé cuándo empezó. Estoy caminando, eso es todo. La calle parece conocida, pero hay algo distinto: los árboles son demasiado altos, como si hubieran crecido mientras yo dormía. La vereda se curva como un río y al doblar la esquina ya no hay nadie conmigo. Iba con alguien, estoy segura. No recuerdo con quién, pero sé que no estoy sola. O no debería estarlo.

Empiezo a buscar. Giro, avanzo, cruzo una calle sin autos. El asfalto brilla como si estuviera mojado, pero no llovió. Mis pasos no hacen ruido. Hay gente, sí, pero nadie me ve. Me muevo entre ellos y nadie reacciona. Intento hablar, abrir la boca, pero el aire que me sale no forma palabras. Me esfuerzo. Nada. Solo un quejido espeso, como si mi voz se hundiera antes de nacer.

La angustia crece. ¿Dónde están? ¿Por qué se fueron? Me doy cuenta de que no sé a quién estoy buscando. Solo sé que ya no están.

Mis piernas se vuelven pesadas. Cada paso es una lucha, como caminar en barro. Quiero correr, pero no puedo. Me arrastro. A veces en estos sueños me quedo paralizada, como pegada al piso. Esta vez aún me muevo, aunque a cámara lenta. El suelo me jala hacia abajo. Me cuesta respirar. Siento que me ahogo, como si una manta húmeda me cubriera la cara.

El lugar cambia. Ya no estoy en la calle. Ahora es un andén vacío. Un tren acaba de irse. El viento todavía agita el papel de un boleto en el suelo. Miro el reloj de la estación, pero las agujas giran sin control. Me acerco a una ventanilla, pero nadie atiende. Golpeo el vidrio. Tampoco hay sonido. El silencio es tan espeso como el aire.

Camino por un pasillo. Las paredes tienen fotos mías de niña, pero no recuerdo haberlas visto nunca. En una estoy llorando, en otra estoy sola en una plaza. En todas hay una sensación de espera. Espera de algo que no llega.

Y entonces lo sé. Este sueño lo he tenido antes. Es el mismo. Siempre me pierdo. Siempre intento volver. Siempre me pesan las piernas, la voz se me traga, y al final… no llego. No llegonunca.

Y lo más desesperante no es perderme, no. Es ver cómo siguen sin mí. Cómo sus figuras se alejan, riendo, hablando, como si yo no hubiera existido nunca. Grito, o creo que grito, pero mi voz no atraviesa la distancia ni el aire. Es como si el mundo me hubiera vuelto transparente. Me pregunto si saben que no estoy, si notan mi ausencia, si alguna vez miran hacia atrás. Pero no lo hacen. Jamás lo hacen. Y yo, atrapada entre calles que se doblan sobre sí mismas, entre escalones que se multiplican y pasillos que no llevan a ningún lado, me pregunto si alguna vez estuve realmente ahí, o si siempre fui apenas un eco que nadie escucha.

En algún rincón de mi conciencia algo grita: "Esto es un sueño, despertate." Pero otra parte de mí no quiere, o no puede. Porque este lugar también soy yo. Este no-lugar. Esta pérdida constante. Esta sensación de haber quedado fuera de la historia de los demás.

A veces pienso que nací en el borde de todo, como si el mundo hubiera comenzado sin mí. Camino entre la gente como quien atraviesa una casa ajena, donde nadie espera mi llegada, donde todas las puertas crujen al cerrarse antes de tiempo. No tengo nombre en los labios de nadie. No hay un lugar que diga: aquí pertenecés. La intemperie no es el clima: es el alma. La siento en los huesos, como si todo lo que me rodea pudiera disolverse en cualquier momento y no quedara nada que me nombre, nada que me abrace, nada que me devuelva.

Una niña me mira desde un banco de plaza. Tiene mis ojos. Está comiendo sola un helado que se derrite. Me acerco, le pregunto su nombre. Me responde sin abrir la boca: “No te fuiste. Te dejaron.” Siento el golpe de esa frase como una piedra en el pecho.

Entonces despierto. O creo que despierto. El cuarto está oscuro. No sé qué hora es. Me duele la cabeza. La garganta seca. El corazón golpea. Pero no hay nadie conmigo. Ni en la cama, ni en la casa, ni en el recuerdo.

A veces, no sé si esto es la vigilia o si sigo dentro del sueño. Porque sigo perdida. Porque sigo sin poder gritar. Porque sigo esperando que alguien me diga que no me fui, que me buscaron, que me encontraron.

Pero el silencio es total.

Y el sueño… quizás todavía no terminó.

Marcela Barrientos 22.07.2025 

Derechos de autora reservados

Argentina


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