RSS

lunes, 27 de octubre de 2025

EL MILAGRO DE LA MEDIANOCHE

 



Título: El milagro de medianoche.

Autora: Marcela Barrientos.

Tomás siempre había sido un niño curioso, de esos que levantan la mano en clase para preguntar y se quedan después de la escuela para entender mejor un problema de matemáticas. Quería ser médico de grande, como el doctor que había curado a su abuelo. Para él, aprender era emocionante, pero su vida en casa le dejaba poco tiempo para sus estudios.

Siendo el único hijo varón, Tomás debía ayudar con las tareas del hogar. Tenía que ir a buscar leña, cuidar a sus hermanas menores, y limpiar la casa cuando su madre se lo pedía. A menudo, cuando terminaba de hacer todas sus obligaciones, ya no le quedaban fuerzas para hacer las tareas de la escuela. A pesar de sus ganas de ser el mejor alumno, las responsabilidades del hogar lo agotaban.

Una tarde, Tomás llegó agotado a casa después de ayudar a su madre a recoger ropa del tendedero. La maestra les había pedido escribir un ensayo sobre lo que querían ser cuando fueran grandes. Tenía las ideas claras en su mente: quería ser médico para ayudar a las personas, pero apenas tenía tiempo para escribirlo. Se sentó en su escritorio, miró el cuaderno abierto, y comenzó a escribir las primeras líneas. Sin embargo, antes de que pudiera avanzar mucho, sus ojos empezaron a cerrarse. El cansancio lo venció, y se quedó dormido sobre el cuaderno, con el lápiz aún en la mano.

A la mañana siguiente, Tomás despertó sobresaltado. ¡Su tarea! Miró el cuaderno y, para su sorpresa, el ensayo estaba completo. Cada palabra estaba perfectamente escrita, como si él mismo lo hubiera hecho, pero no recordaba haber avanzado tanto. Se quedó observando las líneas, tratando de recordar cómo había logrado escribir todo eso sin estar consciente.

Pensó que quizá su hermana menor, Luisa, había entrado en su cuarto para ayudarlo, pero la caligrafía no se parecía a la suya. Además, a Luisa no le interesaban sus tareas escolares, y tampoco tenía la paciencia para escribir de esa manera. ¿Cómo había sucedido?

Los días pasaron, y la vida continuó con su rutina. Tomás seguía cargando con las labores del hogar y luchaba por encontrar tiempo para sus estudios. Sin embargo, no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido con el ensayo. Cada vez que miraba el cuaderno, le parecía más extraño.

Una tarde, mientras recogía sus útiles escolares para hacer un trabajo importante que la maestra había asignado, notó algo raro. Su lápiz favorito, aquel con el que siempre escribía, no estaba en su escritorio. Lo buscó por toda la habitación, pero no pudo encontrarlo. ¿Dónde lo había dejado la última vez? Estaba seguro de haberlo puesto en su estuche.

La semana pasó, y Tomás no había avanzado con el trabajo. Tenía las ideas en su cabeza, pero cada vez que se sentaba a escribirlas, algo en casa le requería su atención. Lavaba platos, ayudaba a sus hermanas con sus tareas, y cuando por fin se sentaba a estudiar, ya era muy tarde. La noche antes de la entrega del trabajo, se sentó frente a su escritorio, con la cabeza gacha y los ojos pesados. A pesar de que el tiempo se le escapaba, no podía concentrarse. Finalmente, agotado, se quedó dormido.

A la mañana siguiente, Tomás despertó de nuevo con el corazón en un puño. ¡El trabajo! Se levantó rápidamente, buscando su cuaderno, y para su sorpresa, allí estaba, completo. Cada respuesta estaba escrita con precisión, exactamente como lo había pensado durante la semana, pero sin haberlo escrito él mismo.

Miró el cuaderno con incredulidad. ¿Cómo era posible? No recordaba haber hecho nada de eso, y, aún más extraño, su lápiz favorito, el que había estado desaparecido, ahora estaba allí, justo al lado del cuaderno, como si siempre hubiera estado.

Tomás se quedó mirándolo por un momento, con una extraña sensación en el estómago. Algo no estaba bien. Durante los días siguientes, empezó a notar pequeños detalles que antes había pasado por alto. A veces, sus lápices no estaban en el mismo lugar donde los había dejado la noche anterior. Otras veces, al abrir su estuche, faltaba uno, y luego aparecía al día siguiente, como si nunca se hubiera perdido.

Las noches en que se quedaba dormido antes de terminar su tarea, siempre se despertaba para encontrarla hecha. Los lápices estaban alineados en su escritorio, listos para el siguiente uso, y los trabajos que no había tenido tiempo de completar aparecían, misteriosamente, terminados.

Una noche, decidido a descubrir qué estaba ocurriendo, Tomás se quedó despierto en su cama, observando su escritorio desde la oscuridad. Estaba convencido de que alguien debía estar ayudándolo, pero ¿quién? El reloj avanzaba lentamente, y sus ojos comenzaban a cerrarse. Justo cuando estaba a punto de rendirse al sueño, creyó escuchar un leve ruido, como el raspar de madera contra papel. Pero cuando abrió los ojos, no vio nada inusual.

A la mañana siguiente, como siempre, su tarea estaba completa. Los lápices seguían alineados en su escritorio, y el cuaderno estaba abierto en la última página escrita. Tomás suspiró, sintiendo una mezcla de alivio y desconcierto. ¿Quién o qué lo estaba ayudando? Por más que intentara, no lograba encontrar una explicación.

Y así, las semanas pasaron. Tomás ya no se preocupaba tanto cuando las tareas parecían inabarcables. Siempre que no tenía tiempo para hacerlas, al día siguiente, allí estaban, listas y bien hechas. Pero cada vez que miraba esos lápices perfectamente alineados en su escritorio, una pequeña duda seguía revoloteando en su mente.

Algo, en algún lugar, estaba trabajando por él cuando no podía hacerlo. Y aunque nunca descubrió exactamente qué, empezó a aceptar con gratitud la extraña ayuda que llegaba en los momentos más difíciles.

12-09-2024 Derechos de autora reservados
Argentina

0 comentarios:

Publicar un comentario