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jueves, 13 de abril de 2023

Forastero

 



Dejar mi país no fue una decisión muy fácil de tomar, Tuve que pesar los pro y los contra, más aún cuando me iba a un país donde hablaban otro idioma. Dejar a mis padres, conociendo el temperamento de mi madre que se quebraba fácilmente, fue en definitiva un verdadero desarraigo.
Hace cinco años que estoy en Australia, más específicamente en Sidney y aunque encontré trabajo estable en poco tiempo dado mi profesión de técnico en redes informáticas aún continúo extrañando a mi querido pueblo natal ,Pedro Luro, provincia de Buenos Aires, y no niego que al escuchar un tango “se me pianta un lagrimón”.
La comunidad latina es mi refugio de los fines de semana por suerte he encontrado muchos argentinos y no perdemos la costumbre de tomar unos buenos mates. Escuchar hablar en español es un coro angelical para mis oídos.
Durante la semana la sensación es otra, a la mañana tomo un tren para ir hasta el trabajo. ¡Es increíble la cantidad de idiomas que se escucha! En mi ciudad natal no hay trenes interurbanos ni tampoco uno que nos lleve a la Capital del país desde el 2011 cuando se clausuró nuestra estación local, pero aquí el tren es un medio económico y versátil para los traslados dentro de la ciudad.
Mis primeros viajes en el metro me sentía muy observado por los lugareños, eso me incomodaba un poco, más cuando hablaban en inglés delante de mío y yo sentía que estaban hablando de mí. Tal vez les resultaba extraño que llevara un termo debajo de mi brazo sosteniendo un mate con la mano contraria. La expresión de asombro de los niños era muy curiosa, incluso vi que una adolescente sacó su celular para sacarme un foto.
Comencé a ignorar sus miradas inquisitivas para no sentirme tan incómodo, posiblemente ese era el lugar y el momento en que más pensaba en mi gente, en lo que había dejado atrás, en mis padres, mi hermana y mis compañeros de la escuela. Si hubiera estado en mi querido pueblo seguramente estaría tomando mates con mi madre antes de ir a dar clases en un Instituto Superior de Informática que queda en la calle principal.
Aunque el viaje no es muy largo creo que son los 15 minutos más largos de cada jornada semanal, donde me siento entre extraños, un forastero que no encajo dentro del medio de transporte. A pesar de todo algunos días encuentro alguna sonrisa cómplice de algunos ancianos y por los rasgos de sus rostros creo que ellos también son extranjeros y comprenden cómo me siento. 
Una vez, para mi sorpresa, una señora señaló mi mate y me pidió con señas si le convidaba uno. Orgulloso le serví uno y vi con gran admiración su gesto de aprobación. Ese día jamás lo olvidaré, incluso ese día yo le pedí de sacarnos una foto, a lo que accedió con una sonrisa enorme.
El metro es, sin atisbo de dudas, uno de los lugares donde más colecciono anécdotas desde mi llegada a Sidney y logró que me convirtiera en un gran observador de la naturaleza humana.
Bueno los dejo porque ya debo bajar en mi estación, además me acabo de dar cuenta que en este viaje no tomé ni un solo mate. Imperdonable para un argentino que se precie de tal. Mi madre ya me hubiera cebado unos cuantos.
Marcela Barrientos 29-03-2023 D.R.A. Argentina



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