Naranja y azul
Entretejo días naranjas y azules. Me llenan de nostalgia los distantes recuerdos de una vida más sencilla y me energizan los días donde las redes me permiten interactuar con otros poetas a la distancia.
El naranja está en la naranja que me acompaña en cada mate que tomo y su color me transporta a las cálidas tierras correntinas que han hechizado mi alma con su aroma cítrico. También está en las bellas flores que adornaban el jardín de madre haciendo un arco de entrada y en el mandarino que planté de niña.
Me reencuentro en la paz del azul y voy buscando en sus distintas tonalidades la razón de mi elección como mi color favorito. El claro azul del cielo, la mirada de unos ojos lejanos, mi viejo pulóver que aún me abriga, en los recuerdos de mis medias escolares.
Y el ciclo se renueva cuando la intensidad reviste mi alma inquieta que revive esos momentos de risas sin miedo que quedaron en un baúl que a veces despierta y abre las viejas emociones donde la felicidad era sentirse vivo o la letra de una canción o una llamada inesperada.
Me conecto con ambos tonos a diario y oscilo en un devenir que es energía pero que también desea la tranquilidad y el sosiego.
Equilibrar las sensaciones que se apoderan de mi ser es un caso perdido en el país de Nunca Jamás.
Los intervalos son el leitmotiv de mi pieza musical que conjugan el movimiento y la quietud. Una escala cromática de naranjas y azules a veces ajenas a mi voluntad como si en mi torrente sanguíneo las hormonas jueguen a variar de tonalidades y el corazón bombee al compás de un ritmo que es alegre pero que también cae en un blues. Un allegro ma non tropo, síntesis de estar un poco vivaz pero no a un extremo que agote ni tan tranquilo que pierda las ganas de soñar despierta.
Las horas doradas rodeadas de un sol que ilumina cada rincón de mi ser se mezclan con las horas zarcas de baja potencia donde el reposo es una necesidad imperiosa para renovar las fuerzas que vigorizan el motor existencial.
Huelo el naranja y medito en azul. Las treguas son vitales en las luchas personales que invaden mis pensamientos más profundos. ¿A caso alguien se atreve a juzgar los por qué de mis días bicolores?
La fuerza y calidez que me brinda el color naranja se funden con el idealismo y la relajación del azul y en esa dinámica de fusión logro hacer de las letras mi modo de conectar con el Universo.
Hay fuego en el naranja y hay agua en el azul, dos de los elementos básicos de la naturaleza, que hoy me envuelven en su misticismo cromático como una experiencia liberadora y llena de vivencias agradables.
Dos pigmentos que me arrebujan con sus gamas, tal vez opuestas, tal vez contrarias, pero no puedo negar que me estimulan para crear la atmósfera que me hace falta para liberar mis más sinceras sensaciones.
Entretejo días azules y naranjas en la proporción exacta para complementar la sabiduría ancestral que se refleja en mi ánimo que busca momentos de variada vehemencia.
Me apago y me enciendo pintando mi acuarela de gamas cálidas y frías, de veranos e inviernos, de cercanía y lejanía, de compañía y soledad, de alegrías y tristezas. Busco sus complicidades en los contrastes creando mi propia paleta personal. Admiro su capacidad de transmitir la exaltación y la pasividad. Solo con dos tonos y mi mundo se abre con nuevas ilusiones que celebran la realidad y la fantasía combinadas sin sombras sino en un gran resplandor.
El deleite de expresar en colores que sorprenden con su tibia dulzura la sensibilidad, el equilibrio y la vitalidad para mi bienestar interior.
El anhelo de vibrar en la armonía y en la fuerza que dispersan sus haces de luz en mis ojos que los descubre como guías y musas llenas de inspiración.
En el otoño de mi vida me tiño de naranja como las bellas hojas doradas que tapizan el suelo buscando la paz azul del cielo sin nubes o el mar en calma.
Invisible conexión de los sentidos que ven más allá de un frío azul y un cálido naranja. Tal vez porque ambos entibian el tejido de mis creaciones en una sinopsis única e irrepetible.
Autora: Marcela Barrientos.
País: Argentina.
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